La innovación ciudadana como motor del desarrollo social

Para iniciar mi intervención, haré una breve contextualización sobre el momento social y económico que estamos viviendo.

En las nacientes economías de la revolución industrial de los siglos XVIII y XIX el progreso tecnológico era mostrado como una novedad en grandes exposiciones internacionales. Los sorprendentes avances que nos trajo la bombilla de luz, la máquina de vapor, el teléfono, el automóvil y el avión, entre otros, marcaron el paso de la humanidad hacia una sociedad moderna.

 

En contraste con esta época, en los últimos años la gran mayoría de los cambios tecnológicos que hemos experimentado se han limitado a mejorar lo ya existente y a disminuir su tiempo útil de vida: Hoy los televisores son más grandes, más livianos, pero duran menos; los automóviles más equipados, con más accesorios, pero menos duración y los teléfonos móviles con múltiples funciones, en las que la llamada telefónica es el servicio menos usado y con baterías incorporadas que hacen que el dispositivo deba ser reemplazado en un año o un poco más.

Hoy se produce con más tecnología, pero con menos durabilidad. Por supuesto que detrás de esto hay estrategias de oferta y demanda que no viene al caso analizar. Sin embargo, algo que ha aumentado es la esperanza de vida de los seres humanos. Y, ante este panorama, como plantea Ryan Avent en su libro “La riqueza de los humanos” ¿Por qué con tanto desarrollo tecnológico y científico, la humanidad no ha reinventado la teoría microbiana de la enfermedad? Porque ni el más escéptico de los seres humanos pensó que una partícula 120 veces más pequeña que un grano de sal, generaría la peor crisis económica desde la Segunda Guerra Mundial.

Ya sabemos que la recuperación económica mundial tiene un panorama complejo y difícil para los siguientes años. De acuerdo con la ONU, la pandemia del COVID-19 agudizó la pobreza y la desigualdad en muchos continentes y por eso hay un llamado urgente a que los países trabajen unidos y de forma solidaria.

Vivimos en un momento en donde los ricos se hacen más ricos y los pobres más pobres, con una amenaza latente de que la clase media desaparezca, si es que aún existe.

Según el último informe de la empresa Statista, uno de los proveedores líderes de datos de mercado e información sobre consumo, Las diez personas más ricas del mundo en 2022, según su patrimonio neto, acumulan más riqueza que la mitad de la población más pobre, aproximadamente unos 3.600 millones de personas.

1.Elon Musk (Tesla).

2.Bernard Arnault (Conglomerado francés Louis Vuitton, Moët, Christian Dior, Givenchy, entre otros).

3.Jeff Bezos (Amazon)

4.Bill Gates (Microsoft)

5.Larry Page (Google)

6.Sergey Brin (Google)

7.Warren Buffett (Inversiones bursátiles)

8.Larry Ellison (Oracle)

9.Steve Ballmer (Director Ejecutivo Microsoft)

10.Gautam Adani (Grupo Adani: generación energía, aceite comestible, sector inmobiliario y carbón).

Ante la incertidumbre económica y social que ocasionó la pandemia, las empresas tuvieron que reducir sus visiones de largo plazo por una declaración de futuro más cercana y viable.

De lo que sí podemos estar seguros, es que el cambio fue la única constante en los últimos dos años. Y se dio en todas las esferas, tanto públicas y privadas, incluyendo planes y programas de gobierno que tuvieron que transformarse sobre la marcha mientras el mundo estaba confinado. Pero a pesar de que las ciudades quedaron solas, el ciudadano siguió existiendo y volcó muchas de sus actividades diarias a la virtualidad.

Si vamos entonces a hablar de innovación ciudadana en este nuevo contexto, lo primero que debemos entender son los términos que componen esta definición. Iniciemos por el ciudadano, como protagonista, pero no sólo como miembro y sujeto titular de derechos políticos y sometido a las leyes del estado en el que vive, sino como un agente de transformación social.

De acuerdo con los postulados del sociólogo Thomas Marshall, hoy ser ciudadana o ciudadano no se limita a un título asociado a unos pocos como sucedía en la antigüedad. Hoy significa ser miembro pleno de una comunidad, tener los mismos derechos que los demás y las mismas oportunidades de influir en el destino de la comunidad.


El ciudadano tiene obligaciones y derechos y la ciudadanía es posible porque tiene tres dimensiones: primero, pertenece a una comunidad que le da identidad colectiva. Segundo, por la capacidad de ser agente social transformador, participante y decisorio dentro de las instituciones y tercero, porque su actuar tiene estatus legal de acuerdo con los derechos cívico-políticos reconocidos en la Constitución.

Inclusive, cuando se consulta por el significado del término “ciudadano” en el diccionario de la Real Academia de la Lengua Española (RAE), en una de sus acepciones, aparece como “hombre bueno”. 

En mi opinión, es redundante hablar de “buenos ciudadanos”, pues la palabra por sí misma tiene una connotación positiva y debería ser un orgullo ostentar dicha condición, sin importar si somo nativos de la ciudad o acogidos por el territorio en el que vivimos. Desde el punto de vista antropológico, el ser humano tiene dos naturalezas: de la primera no es responsable, pues está condicionada al lugar y entorno donde nace. Es decir, que el sujeto no elige donde nace, pero la segunda naturaleza sí es de su entera responsabilidad, porque desde que llega al mundo empieza a asimilar sistemas culturales para ir formando su “carácter” o su “Ethos”. El ciudadano se construye de acuerdo con las decisiones que toma de forma individual y en comunidad.

La ciudadanía entonces se edifica día a día con las prácticas sociales y culturales que le dan sentido de pertenencia al que habita la ciudad.

El segundo término que debemos definir es la innovación.

En sus comienzos la innovación fue una actividad centrada casi exclusivamente en la productividad de la economía. Sin embargo, Schumpeter lo introduce en su teoría de desarrollo económico a comienzos del siglo pasado y lo asoció con las dimensiones económica, política y social del ser humano. Desde este autor se empezó a analizar que en el bienestar social la innovación jugaría un papel fundamental.

Otros autores como Freeman y Drucker vieron la innovación como un proceso creador para generar cambios o mejoras en un producto, servicio o sistema, coincidiendo en que la innovación es vital para el desarrollo y sostenibilidad de cualquier organización.

Más reciente, Smith (2017) concibió la innovación como “la capacidad que tienen las personas de explotar una idea o un método nuevo, de manera correcta, para alcanzar un efecto deseado”. Si revisamos los diferentes conceptos, encontramos que tienen un común denominador: la palabra innovación se relaciona con la creatividad y no necesariamente con lo nuevo, pero sí con encontrar formas diferentes de hacer las cosas para que tengan una utilidad social y los resultados de la innovación estén más cercanos a las verdaderas necesidades de los ciudadanos.

Teniendo en cuenta estas definiciones, el incorporar nuevas tecnologías en un proceso no garantiza que se esté haciendo innovación. Son conocidos algunos casos en los que se lanza una aplicación o una página web para agilizar trámites ciudadanos pero el uso esperado de los usuarios es mínimo. Cuando se revisan las posibles causas se encuentran temas relacionados con la funcionalidad (no funcionan los accesos), la usabilidad (arquitectura de página mal diseñada, archivos que no descargan, dificultad para navegar por el sitio) y la desconfianza del ciudadano especialmente cuando se le ofrece la posibilidad de hacer pagos en línea. Estas situaciones desmotivan la estructuración de una ciudadanía 2.0 y por el contrario genera insatisfacción y desconfianza.

Para innovar en lo público se requiere que los dirigentes y líderes de las instituciones gubernamentales conozcan e incorporen en sus procesos de gestión ciudadana la tecnología cívica, un concepto que promueve el trabajo abierto y colaborativo en la creación de procesos tecnológicos, construidos con y para el ciudadano, y no impuestos por el gobierno de turno.

Para una mayor aproximación al término, se puede citar a los profesores Tena-Espinosa y Merlo-Vega (2017) quienes afirman que “las tecnologías cívicas son las que logran empoderar y vincular al ciudadano a partir de promover procesos de cambio (innovación cívica), basados en una solución tecnológica (ecosistema tecnológico), y que son capaces de incentivar la colaboración social, facilitar la participación ciudadana y generar soluciones abiertas y escalables”.

Pero ¿Qué sucede con las comunidades rurales apartadas u olvidadas en las que aún no es posible la conexión digital? O ¿aquellos negocios que no tienen capacidad de inversión tecnológica? ¿Quedan excluidas de la innovación? No, pues también se puede innovar sin tecnología, reinventando las formas de hacer las cosas, saliendo de la zona de confort, “mirando fuera de la caja”, innovando a partir de los recursos y capacidades instaladas y creando nuevas experiencias que conecten a los grupos de interés.

La pandemia puso a prueba a empresas y gobiernos que no sabían cómo reinventarse, pues el ciudadano necesitaba opciones alternas para acceder a servicios y productos. El ciudadano exigió nuevas experiencias de uso como el pago sin contacto, la consulta en línea y la disminución de trámites presenciales. De allí que en la última década la innovación se ha incorporado en la cotidianeidad del ejercicio de la ciudadanía y en los sistemas culturales.

Y al hablar de sistemas culturales hay que recordar lo que dice el profesor investigador tunezino Pierre Lévy, que “cada sistema cultural se caracteriza por un colectivo de agentes y prácticas específicas en el contexto de un entramado de entornos socio-técnico-culturales correspondientes a los diversos conjuntos de técnicas, artefactos y recursos que conforman dichas prácticas”.

Y si lo anterior lo analizamos bajo la teoría de la Inteligencia colectiva del mismo autor, es decir como esa inteligencia repartida en todas partes, valorizada constantemente, coordinada en tiempo real, que conduce a una movilización efectiva de las competencias de los seres humanos, vamos a comprender que el ciudadano es el principal creador de valor en una sociedad, pero también puede ser el destructor de la misma.

Después de esta aproximación a la definición de los términos “innovación” y “ciudadano” encontramos argumentos para acercarnos a la definición del tema en cuestión de mi intervención: la innovación ciudadana.

El profesor Juan Freire (2017) hace una distinción entre innovación social e innovación ciudadana que es importante destacar. La primera está orientada a un «solucionismo tecnológico», en el que, de forma general, son los expertos quienes buscan soluciones genéricas y comercializables para los afectados de un problema, mientras que la segunda, la innovación ciudadana, se refiere a la capacidad que tiene toda persona para innovar en ambientes de trabajo colectivo e inclusivo, en los que se incorporan distintos saberes y puntos de vista a la solución de un problema.

Son varias las instituciones que han trabajado el tema de la innovación ciudadana en el mundo, pero quiero destacar lo que ha hecho la SEGIB, un organismo internacional de apoyo a los 22 países que conforman la Comunidad Iberoamericana de Naciones, quienes conceptualizan el término como la participación activa de los ciudadanos en iniciativas innovadoras que buscan transformar la realidad social mediante el uso de las tecnologías digitales, con el fin de alcanzar una mayor inclusión social.

Tenemos que comprender entonces que una ciudadanía que crea valor es aquella que se vincula en procesos abiertos y colaborativos en los que participan diferentes actores sociales. Muestra de ello, es lo que se viene haciendo en muchos laboratorios sociales y laboratorios de innovación ciudadana, espacios en los que de forma conjunta se transforma la realidad social mediante el uso de tecnologías digitales, y se buscan soluciones viables a las problemáticas de una comunidad.

En la lógica de un ecosistema social, esos espacios de cocreación deben ser propiciados por los gobiernos y exigidos por los ciudadanos. Antes, las instituciones eran quienes creaban y distribuían los contenidos o formulaban las soluciones para que fueran adoptadas o no por los habitantes. Ahora, la ciudadanía quiere ser activa y quiere que los “llamen a conversar” y por ello es necesario abrir canales de comunicación directos y transparentes en los que participe el habitante como principal doliente de las problemáticas que se presentan en su comunidad. Pero no se puede hablar de innovación ciudadana solamente porque se creó una página web para publicar datos abiertos o se habilitó un portal para quejas, sugerencias y reclamos. Es necesario que los ciudadanos no se sientan únicamente usuarios de la tecnología, sino actores principales en su creación y en el propio desarrollo de la sociedad del conocimiento.

Las iniciativas de portales web de acceso público, pueden ser el inicio de un proceso de innovación ciudadana, pero no es suficiente, porque las soluciones sociales no las impone el experto, sino que se elaboran con y para el ciudadano.

La innovación ciudadana es entonces la democratización del conocimiento. Los mejores expertos en las problemáticas que aquejan a una comunidad son quienes la viven día a día. Ellos son los principales cocreadores de la solución.

El ejercicio de la ciudadanía parte del reconocimiento de las capacidades de los habitantes para encontrar soluciones innovadoras a los problemas que afectan su calidad de vida, por lo que es necesaria una articulación eficiente y duradera entre gobiernos, ciudadanos, empresas y universidades. Más que expertos que impongan su punto de vista, se requieren mediadores capaces de facilitar y orientar el proceso de creación colectiva con y para la comunidad.

Sólo así se puede hablar de una construcción de conocimiento democrática como lo plantea Yañez-Figueroa (2017) que permita la participación de los diferentes actores de la sociedad y que se debe impulsar desde la triada Estado – Empresa – Universidad.

IMPORTANCIA DE LA INNOVACIÓN CIUDADANA

Según Rebeca Grynspan, secretaria general de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD), la importancia de la innovación ciudadana radica en “recuperar la voluntad de las personas para trabajar por el bien común y en superar la desafección que tiene la ciudadanía al sentirse mal representados y poco atendidos por las autoridades y el Estado en general”. Temas como la corrupción y los malos manejos administrativos han permeado algunas esferas del ámbito público y privado, lo que ha ocasionado una crisis de confianza en las instituciones.

Esto también ha motivado el surgimiento de una ciudadanía activa que quiere ser escuchada, tener voz e intervenir en las decisiones que los afectan. Freire (2017) plantea cinco problemáticas que motivan al ciudadano o a los grupos sociales a participar en propuestas de innovación ciudadana:

1. Procesos de intervención social que no logran los resultados esperados y no están adaptados a los contextos y recursos de las comunidades.

2. Expertos contratados por instituciones públicas que se consolidan como voceros oficiales de verdades absolutas.

3. Diseño de políticas públicas para las mayorías, que dejan por fuera poblaciones con necesidades específicas o únicas.

4. Modelos de desarrollo económico pensados desde el Estado (público) y las empresas (privado) que no tienen en cuenta las capacidades de gestión y gobierno autónomos de la ciudadanía.

5. Enfoque errado de la Responsabilidad Social Empresarial (RSE), para tapar incompetencias, carencias o errores en pro de preservar la imagen de la organización, en vez de contribuir al desarrollo de las comunidades de interés.

En una de las charlas sobre innovación ciudadana en las que he participado como asistente, escuchaba el planteamiento de Raúl Oliván acerca de la “crisis de confianza en las instituciones”. Esa situación lleva a los gobiernos a pensar en nuevos canales que conecten con la ciudadanía. Los laboratorios ciudadanos son una de esas opciones, porque permite la creación de vínculos entre los diferentes actores y la comunidad, pero al mismo nivel, sin jerarquías, en búsqueda del procomún e impulsando procesos participativos que estén alineados con los objetivos de desarrollo sostenible (ODS).

LIMITACIONES DE LA INNOVACIÓN CIUDADANA

-Dificultades de acceso a licitaciones públicas nacionales o internacionales por parte de colectivos ciudadanos. Temas como el acceso a la información o el desconocimiento de la normativa y de los procedimientos de contratación, deben ser prioridad en los programas de formación para empoderar a la ciudadanía.

-La continuidad de los procesos de innovación ciudadana apoyados por entidades públicas. Es el caso de varios laboratorios ciudadanos en el mundo. Los planes de desarrollo a 4 o 6 años, dependiendo el país, ocasiona que su funcionamiento quede sujeto a la voluntad política del nuevo gobierno.

-El exceso de “expertos” en temas sociales que no conocen el territorio y buscan hacer transferencia de ejercicios realizados en contextos diferentes.

-La proliferación y abuso del término “social lab” en muchas iniciativas que no cumplen las características fundamentales de la innovación ciudadana y se orientan más hacia fines comerciales o de lucro.

DIFERENCIA ENTRE LA INNOVACIÓN TRADICIONAL Y LA INNOVACIÓN CIUDADANA

En la innovación tradicional, una empresa realiza un diagnóstico del problema y plantea una solución para el mejoramiento de un proceso, un sistema o una situación particular. Esta solución puede estar mediada por la tecnología o por actividades manuales y se acude a expertos en la materia, para luego ser introducida o puesta en marcha dentro de la organización.

En la innovación ciudadana se invierte la pirámide y se descentraliza el proceso. Es decir, no se lleva la solución a la comunidad, sino que se busca y se construye con los afectados. El proceso va más allá de un diagnóstico porque los participantes trabajan de forma activa con expertos de diversas disciplinas en el tratamiento de problemas y en el diseño de soluciones, ya sea en un laboratorio, media labs, fab labs, hacklabs, makerspaces, living labs, en un hub social, en un taller de participación, etc.

Lo importante es comprender que quienes quieran promover procesos de innovación ciudadana, como lo plantea Bordignon (2018), deben encontrar métodos que “promuevan la empatía, la escucha basada en la inmersión en el problema, y la participación de los ciudadanos. Los laboratorios ciudadanos proponen una forma de innovación menos corporativa y más democrática”.

Los laboratorios de innovación ciudadana, por ejemplo, se caracterizan por ser un ecosistema, lo que facilita el trabajo en red, el uso de tecnología cívica y la participación de actores individuales o colectivos donde todos son bienvenidos: activistas, científicos, ingenieros, ciudadanos, organizaciones no gubernamentales, etc, pero con un interés en lo procomún. La metodología de los LABIC se centra en el trabajo en equipos interdisciplinarios, en la que se pueden producir prototipos.

En cualquier caso, los LABIC se constituyen en ecosistemas de inteligencia colectiva en los que se apropian los conocimientos ancestrales, propios y modernos para encontrar, prototipar y escalar soluciones que mejoren la calidad de vida de las comunidades.

Ejemplos de ejercicios de innovación ciudadana

En los últimos años han surgido una serie de espacios ciudadanos en los que colectivos de personas, en algunas ocasiones asociados con empresas y organismos de gobierno, realizan actividades en conjunto en pos de resolver problemas de interés mutuo, generalmente propios de su territorio.

El proyecto Frena la Curva es una experiencia de innovación abierta y cooperación anfibia activada desde el LAAAB (Gobierno de Aragón) el 12 de marzo de 2020 como respuesta a la pandemia, y fue el primer proyecto piloto en usar como referencia el modelo HIP y los seis vectores. En tan solo 50 días generó una comunidad digital de más de mil activistas, una treintena de equipos interdisciplinares trabajando en otros tantos prototipos, un mapa con miles de chinchetas de solidaridad vecinal y una densa de red de alianzas entre empresas, activistas, organizaciones sociales, voluntarios y laboratorios de innovación social de todo el mundo.

Conclusiones

Hay que formar mediadores que se conviertan en los principales motores de la innovación ciudadana, ya que con su experiencia pueden organizar grupos de trabajo interdisciplinario que materialicen ideas como respuesta a un problema o reto de la sociedad,

Como lo plantea Raúl Ólivan, tenemos que pensar las organizaciones bajo el prisma de la ciencia de redes y la ética de los rizomas, los nodos, los enlaces, los hubs y las comunidades, tanto en el ámbito de lo público como en lo social.

Pensar las instituciones como redes significa concebirlas como entidades enfocadas a la generación de conversaciones hacia dentro o hacia afuera, basadas en relaciones significativas.

De igual forma y de acuerdo con Pablo Pascale, el ejercicio de la ciudadanía avanza muy rápido, por lo que, si una institución se plantea retomar el contacto con la ciudadanía, deberá comenzar a moverse. Las instituciones no fueron creadas para estar en movimiento, en cambio constante. Y esa es otra de las razones de su desfase con respecto a la ciudadanía actual.

La Agenda 2030 para el Desarrollo Sostenible (firmada en 2015 por los jefes de Estado y de Gobierno de los países miembros de Naciones Unidas) busca construir sociedades más justas, pacíficas e inclusivas con un modelo de institución participativa, transparente y colaborativa.

El Covid-19 puso en evidencia la necesidad de contar con estados más sólidos, con instituciones públicas más rápidas, flexibles y resilientes además de poner en evidencia el desfase entre la capacidad y voluntad de la ciudadanía para colaborar con soluciones; y la dificultad de las instituciones para convocar, sistematizar y ejecutar esa colaboración ciudadana traducida en propuestas. Pero la responsabilidad social es compartida y el ciudadano debe ser no sólo sujeto de derechos, sino de responsabilidades que le lleven a velar por el desarrollo de su entorno con buenas acciones y que transiten del individualismo a la cocreación. 

Cómo citar este artículo:

Valencia-Peñuela, C. 2022. La innovación ciudadana como motor del desarrollo social. Conferencia dictada a la Facultad de Responsabilidad Social Universidad Anáhuac Campus Norte. México.

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